Cuando era pequeña, un día vi a alguien con una chaqueta preciosa por la calle. Mi madre me explicó que era un kaiku, la chaqueta que solían utilizar los pescadores vascos y añadió: “yo tengo uno de tu abuela que casi no uso, si lo quieres te lo doy”.
Y así empezó todo. Desde entonces llevé mi kaiku (el de mi abuela) en la maleta allá dónde iba. Hasta que mi kaiku ya empezó a ponerse viejo. Quise comprarme uno nuevo pero los pocos que encontré eran más bien souvenirs, sin la elegancia y calidad de aquel que había heredado.
Por eso decidí hacerme uno para mí. A mis amigos y a mi familia les encantó y no tardaron en pedirme otro para ellos. Incluso amigos de Shangai que se quedaron prendados con el kaiku y su pasado.
Así fue cómo, tras un cúmulo de casualidades, volví a casa y fundé Amarenak.
Diseñar y contar historias.
Soy arquitecta, diseñadora. Mi padre era historiador y de él aprendí la importancia de mantener vivas las historias y la cultura. Durante varios años estudiando y trabajando en diferentes países y ciudades como Barcelona, Tenerife, Bruselas o Shanghai me hice aún más consciente de ello. Fue cuando tomé la decisión de volver a casa para emprender aportando mi granito de arena con lo que mejor sabía hacer: diseñar y contar historias.
Durante todos esos años vistiendo mi kaiku me di cuenta de que hay prendas que sirven para algo más que para protegernos del frío. Sirven para contar historias. Eso es lo que hace diferente a Amarenak: No hacemos ropa, hacemos Historias que se llevan puestas.
La importancia de recuperar y cuidar lo local para exportarlo por todo el mundo.
Yo he sido otra de esas muchas jóvenes que tuvo que emigrar para trabajar y, aunque fue muy enriquecedor y una gran experiencia, fui consciente de que la solución a aquello era generar empleo en casa. Por eso desde el principio aposté por confeccionar en talleres locales y materia prima km0. Además de trabajar siempre con tejidos naturales y sostenibles.
Historias que se llevan puestas
En el camino de Amarenak he tenido la suerte de conocer otras personas con bonitas historias con las que me he sentido identificada. La de Marta y Olasagasti fue la primera.
Compartimos los mismos valores y la misma filosofía a la hora de trabajar; Damos vital importancia a la mano de obra y materia prima locales, a apoyarnos en nuestra cultura y oficios ancestrales.
Viajar hasta su fábrica fue toda una experiencia. No imaginaba cómo es exactamente el proceso del pescado hasta que compro en la tienda una lata de atún o de anchoas, y me quedé francamente sorprendida por la cantidad de trabajo que hay detrás y fascinada al ver con mis propios ojos la hermosura del pescado fresco recién llegado del puerto con el que elaboran sus conservas.
Encontré muchos paralelismos con nuestros talleres, la tecnología más avanzada convive con un saber hacer manual y artesano que parece insustituible. Por otro lado, Marta nos explicó con todo detalle el proceso de pesca de los diferentes pescados con los que trabajan, uno a uno, con caña en el caso del bonito del norte y del atún rojo; Con cercos tradicionales en el caso de la anchoa y de la caballa.
Y me gusta que también se cuiden por dentro y por fuera, elaborando un producto de excelente calidad basado en la pesca sostenible en nuestra costa y… mimando su imagen, que me encanta.
Bienvenidos a #historiasquesellevanpuestas.
2 Comments
Qué grandes historias y qué bonitos los kaikus!
Son preciosos, Toni. Gracias por asomarte por aquí.